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Mí último programa en televisión. Un magazine con mesa de actualidad, testimonios, entrevistas, actuaciones en directo, secciones de moda, belleza, gastronomía, coaching, martichollos… Un clásico renovado en el que disfruté mucho con un gran equipo y haciendo una televisión de contenidos dignos y en la que también sufrí mucho porque viví el desmoronamiento de una televisión autonómica de la que había formado parte durante muchos años.
Lo más trágico fue que en la actualidad nos prohibieron los contenidos políticos y los relacionados con la Monarquía. Cada mañana resultaba inmensamente complicado poder seleccionar noticias que no tuvieran absolutamente nada que ver con la política (obviamente la educación, la sanidad o la economía acababan estando relacionadas con ella) y optamos, además de por noticias de sucesos y de crónica de sociedad por curiosidades. Teníamos muy pocos medios pero, pese a todo, a los mejores invitados y unas secciones que se echan de menos en la televisión actual.
Al finalizar Gran Vía de Madrid, el entonces director de programas, Javier Caballé, me pide que desarrolle alguna idea para hacer un programa con glamour. Yo, desde hacía mucho tiempo, tenía un título en la cabeza: ‘A la última’; tanto que lo había registrado hacía años sobre otro formato diferente, pero con alguna relación. Con el título decidido, me puse a trabajar en un formato que, desde siempre, pero más en los últimos años, me había parecido que podía tener cabida en televisión: Un formato con el espíritu de las revistas de actualidad, mal llamadas femeninas, adaptado al medio.
Después de mucho pensar y de mucho estudiar elaboro el formato inicial de ‘A la última’ que ha sufrido ligerísimas transformaciones –todo programa deber ir cambiando “renovarse o morir”– y que sale a emisión con el Madrid delante, porque en Telemadrid , eso de incorporar Madrid a los títulos de los programas siempre ha traído buena suerte. En él incorporo algunas de mis secciones fetiche como el ‘Martichollo’, que me ha ido acompañando en mis distintos programas desde la radio, o el paseo por las nubes –un recorrido por los lugares preferidos de Madrid del invitado- que ya había puesto en marcha en programas anteriores.
Es un formato que registro en la propiedad intelectual –no por desconfianza hacia la cadena, sino porque ya se sabe que en las televisiones siempre hay cambios y es mejor dejar claro de quien son las ideas oficialmente, por mucho que exista el reconocimiento verbal– con especial orgullo porque sé que es un formato innovador. De hecho, la respuesta que obtuvo fue muy buena tanto en audiencia como en prestigio. Algo que se notaba en muchas cosas, entre otras, en los personajes de nivel que no sólo estaban encantados de venir al programa sino que, en muchas ocasiones, eran ellos mismos quienes nos llamaban para venir. Y sus perfiles eran muy distintos: desde políticos a escritores, pasando por actores, cantantes, bailaores, cocineros, etc… Personajes de todas las edades y para todos los gustos que siempre apetece conocer y cuyo paso por ‘Madrid a la última’ puede recordarse en estas páginas.
‘Madrid a la última’ tuvo una larga vida porque el formato, en Madrid o en cualquier otro lugar, era diferente, por mucho que ya se haya querido copiar entero o en alguna de sus secciones. Por suerte, las copias no suelen salir bien, entre otras cosas porque hay que disimularlas porque para eso esta la Ley que protege a los originales y porque nunca son lo mismo.
Después de un ligero parón televisivo el en el que, sin embargo, continué colaborando con algún programa como el que hacía Ely del Valle en Telemadrid, o el que presentaba Ana García Lozano en Televisión española, me ofrecieron presentar la tarde en Telemadrid. Para mí suponía un gran reto volver a mi casa de antaño, donde tan buenos ratos había pasado y tantos amigos había dejado. Y más haciéndolo en el intrincado mundo de la tarde que, en aquel momento, era una pura competencia de magacines en todas las cadenas.
Gran Vía era un formato abierto, en el que cabía crónica de sociedad, entrevistas, denuncias, tertulias, debate, moda. La verdad es que si no hubiera sido por un desacuerdo de formas con el director del programa, todo hubiera sido perfecto. Y casi lo fue, porque el resto del equipo prácticamente se convirtió en mi familia, porque el programa, que duró un año, dejó un espléndido sabor de boca en la audiencia, que aún me lo recuerda, y porque todos los invitados que pasaron por él se divirtieron y casi se emocionaron. ¡Lo que me reí con Cayetana Guillen!, lo bien que lo pasé con mi querido Luis Eduardo Aute, lo que me divertí con Juanjo Puigcorbé o lo que me emocioné con los versos capados que me dedicó Jaime Campman…
Y son sólo algunas muestras de cuanto vivimos todos los que hacíamos Gran Vía. Un programa que, personalmente, creo que debió durar más y que se fue siendo un gran éxito para la cadena, que yo creo no lo valoró cómo debía hasta su desaparición, cuando ya los intentos posteriores nunca lograron las mismas audiencias.
Desde Atlas Televisión, Pedro Redondo me llamó para encargarme conducir el programa Equipo de investigación, un formato de reportajes de investigación que luego se comentaban en una tertulia/debate en la que participaban los protagonistas de los propios reportajes u otras que tenían que ver con lo que se exponía en ellos.
Indagamos en temas polémicos y arriesgados. De hecho, ofrecimos el famoso reportaje del skin que se inflitró en los fanáticos hinchas Ultrasur del Real Madrid y que luego publicó el libro Diario de un skin u otro sobre el asesinato de Rocío Waninkof con una entrevista a su, entonces, presunta asesina Dolores Vázquez. Destapamos infinidad de asuntos con enorme rigor y sin revestirlos de ningún tipo de morbo y el buen hacer del equipo tuvo una enorme aceptación. El programa se emitía en Onda 6 Madrid y en muchísimas cadenas locales. Y sus distintos episodios se ofrecieron varias veces.
Después de dos años en Onda Cero haciendo A toda radio, Canal 7 me propuso que hiciera un espacio nocturno que a mí se me antojó como una especie de película independiente. Me ofrecieron que hiciera trece episodios del programa que era un magacín, con una marcada personalidad en el que se ofrecía mucha opinión y algunos espacios clásicos que habían tenido un enorme éxito en el programa de radio.
Verdaderamente era como hacer cine independiente por la falta de medios, pero el programa contenía un editorial, una crítica hacia la información del corazón, una especie de cotilleo político, y una tertulia un tanto enloquecida. Lo pasamos muy bien haciéndolo. Yo sabía bien, que no podía extenderme más de esos trece episodios, pero realmente en ellos todo el equipo disfruto muchísimo. En ese programa además conocí a Joseba Gastesi, un profesional excelente que luego fue documentalista en uno de mis libros –el del Parque Oceanográfico de Valencia– y más tarde guionista en Madrid a la última.
Mientras dirigía y presentaba en Onda Cero A Toda Radio, me ofrecieron presentar este espacio. Y la verdad es que, al principio, me dio un poco de miedo, porque la idea era más o menos la misma que la de ¡Qué memoria la mía!: Repasar el pasado reciente de los españoles. Sin embargo, como era un programa exclusivamente de reportajes y el formato era diferente, finalmente acepté hacer los trece episodios. Y tengo que reconocer que también fue una experiencia muy gratificante.
Era un programa de reportajes en el que yo me desplazaba a los lugares en los que se producía la información y, desde ellos, iba narrando, entre los propios reportajes, la historia de los hechos. Contamos todo lo que tenía interés, desde malos tratos hasta tramas terroristas, pasando por asuntos de salud. El director era Agustín Gómez y la verdad es que también daba gusto trabajar con él, por lo mucho que sabía y sobre todo, por la capacidad que tenía para contactar con la noticia y sus protagonistas.
Fue un programa verdaderamente interesante que duró casi un año, hasta la llegada de Ernesto Sáenz de Buruaga a los informativos de Antena 3 como director de los mismos. Ernesto decidió que esos programas especiales no serían semanales, que se harían cuando la actualidad los requiriese y que los presentaría él. Pero la experiencia fue, sin duda, estupenda.
Fue un fracaso. El formato era muy interesante y los profesionales que estaban en el proyecto de primera línea. El director era José María Iñigo y una de las guionistas, ni más ni menos, que Victoria Prego. Sin embargo, parece que las cosas han de tener su tiempo y este programa que pretendía repasar la historia reciente de los españoles mediante reportajes y entrevistas no funcionó.
A mí, que lo presentaba, me dio una pena enorme y sentí muchísimo que en la segunda o en la tercera emisión desapareciera. Además, estaba mal acostumbrada: Incluso en su peor momento, el A toda página del que provenía había sido un programa de enorme éxito; y el propio informativo un modelo absolutamente innovador que si bien no se mantuvo más de seis meses si dejó una huella en todos los informativos que se advierte incluso actualmente. Lo sentí muchísimo. Y más por dejar de trabajar con José María y con Victoria, a la cabeza de un equipo magnífico… Pero, la audiencia siempre manda.
Después de hacer el A toda página del fin de semana, me llamaron de Televisión Española para llevar a cabo un formato del que yo había hablado en varias ocasiones: un gran contenedor con los distintos espacios de la tarde. Estuve a punto de aceptarlo, hasta que Antonio Asensio, entonces presidente de Antena 3, me ofreció subdirigir y presentar las Noticias de las 9. El director del informativo fue Roberto Arce, un profesional espléndido, seguro, innovador y completo que consiguió que el formato resultara distinto, para lo bueno y para lo malo.
Lo cierto es que, al principio, como en este país somos tan dados a machacar cualquier cosa que suponga un cambio, cuando empecé a presentar el informativo recibí críticas tan peregrinas de algunos compañeros de la prensa escrita, como que lo único que quería era resaltar mi belleza, porque había salido con una chaqueta roja –que ni siquiera había elegido yo, sino mi estilista–. Pero el informativo funcionó muy bien al principio pese a que yo, debo reconocerlo, no estaba en mi mejor momento personal. Acababa de nacer mi primer hijo y poco después me separé y todo eso había supuesto un enorme revés en mi vida que, lógicamente, yo sentía que se translucía en mi trabajo. Sin embargo, el informativo iba bien. Tanto que incluso algún día llegamos a superar al entonces líder, Ernesto Sáenz de Buruaga en TVE.
Sucedió que, en aquel momento, empezó aquella terrible guerra entre Prisa y Antena 3 que derivó en la venta de Antena 3 a Telefónica. Y ahí nos descalabramos. El informativo comenzó a bajar y se quedó en un 17%, una audiencia que hoy puede parecer no muy baja, pero que entonces, nos parecía inaceptable. Finalmente lo quitaron y a mi me sustituyeron por Fernando Onega, quien tuvo bastante menos aceptación. Llevó al informativo a un 12% y a los pocos meses tuvo que irse.
Mi regreso a los informativos se produjo en 1998, cuando pasé al ámbito del informativo internacional de Antena 3 que estuve presentado durante casi un año, hasta que me ofrecieron dirigir y presentar la tarde en Onda Cero, del mismo grupo de Antena 3 (Telefónica).
Sin duda, el programa que me hizo más popular. Un formato nuevo y distinto que que provenía de Estados Unidos y que su director, Carlos Aguilera, propuso a Antena 3. En él se conjugaban sucesos, crónica social y noticias curiosas que, entonces –ahora las cosas han cambiado–, no tenían cabida en los informativos. El programa supuso una revolución en su época, sobre todo porque hasta ese momento, la crónica de sociedad reportajeada y los sucesos, contados como noticias de informativo, nunca se habían ofrecido en televisión. Además tenía el plus de una presentación especialmente fresca y cercana que, además, se complementaba con una especie de sentencia que yo solía contar al principio del programa y con una frase cómplice e irónica al final.
Fue un momento glorioso en el que compaginaba aquel programa de increíbles audiencias con el programa de radio A vivir que son dos días, en La Cadena Ser, que dirigí y presenté durante dos años. Y me convertí en el referente de muchas cosas; todos los días me llamaban para entrevistarme, y contaban conmigo para cualquier evento o proyecto… Además, me premiaron con un TP de Oro a la mejor presentadora y después le dieron otro al programa, que correspondía a la etapa en la que yo lo presentaba, y que recogió mi sustituta, Sonsoles Suárez.
Dejé el programa para dar a luz a mi primer hijo, con el compromiso de volver a hacerme cargo de él en cuanto pudiera. Sin embargo, aunque muy pronto volví al trabajo –a los doce días de dar a luz grabé un anuncio de Movistar, a los dieciocho estaba participando como invitada en una tertulia de Hermida, y al mes ya estaba al frente de A vivir que son dos días–, lo cierto es que volver al ritmo frenético de los años anteriores y trabajar durante toda la semana sin descanso me parecía imposible con un hijo. Por eso, renuncié a continuar en el programa y Antena 3 me propuso una edición de fin de semana. No tuvo ni mucho menos la aceptación que el original pero se mantuvo en antena unos meses, hasta que, finalmente, desapareció. Por desgracia y por las circunstancias, el programa diario se fue diluyendo y también desapareció de la parrilla de Antena 3 mientras que su calco más institucional, el programa Gente, permanecía en la de su cadena, en la que aún hoy continúa.
Tras mi paso por las Noticias de las 9, los responsables de Antena 3 pensaron que sería buena idea recuperar A toda página. No corrían los mejores tiempos para la cadena, los cambios en la propiedad y en la dirección acabaron por afectar también a los contenidos. Encargaron una edición especial del programa, con una entrevista más extensa y más movimiento en plató. Sin embargo, ese A toda página no alcanzaba todos los días el 20% que pretendía la cadena. Algunos días lo superaba, pero otros, se quedaba en el 19%. No bajaba más, pero no parecía suficiente. No tardó demasiado en desaparecer y con él la esencia de un programa revolucionario y súper premiado, germen de tantos programas posteriores –unos mejores que otros–, que cambiaron la televisión.
…
Aunque Luis Mariñas, que entonces estaba al frente de los informativos de Telecinco era amigo mío, yo decidí presentarme a las pruebas que la cadena hacía a los redactores que se incorporaban a ella. Como anécdota diré que las personas que me hicieron las pruebas y que solían hacérselas a personas que tenían menos experiencia me preguntaron: «¿pero tú estás segura que quieres venirte de redactora?»
Y me fui. Primero al informativo de la noche con Julio Rodríguez , donde aprendí mucho, trabajé más y me hice muchísimas piezas internacionales. Y según me contaban mis compañeros del Telenoticias, Ángeles Yagüe solía decir cuando las veía «¿Pero es Marta la que hace estas piezas? ¡Yo no imaginaba que sabía hacerlas así!»
Luego pasé al fin de semana con mi adorado Felipe Mellizo. Felipe fue para mí un verdadero hallazgo: un hombre cultísimo, con un sentido del humor extraordinario y con una capacidad de análisis impresionante. A mí me enseñó muchísimo. Hasta de poesía. Se sabía de memoria cientos de poemas. Recuerdo que me encargaba piezas larguísimas, insólitas en un informativo, a través de las que el público tenía que comprender la verdadera situación, por ejemplo, de la antigua Yugoslavia.
Una época inolvidable de mi vida la pase en el Telenoticias del Fin de Semana que presentaba junto a Rafael Luque en Telemadrid. Debo decir que conocí a grandes amigos que aún lo son, como Almudena Bermejo, hoy directora de la Fundación Telefónica y junto a quien escribí el libro de La Dama del PSOE, María José Espejo y tantos otros.
Lo pasé fenomenal. Me divertí muchísimo, pero había un pequeño detalle que me angustiaba: Yo no quería sólo presentar el informativo, quería hacer reportajes… ¡Y no podía ser! Después de reiterar mi interés al entonces jefe de Informativos de Telemadrid, Pepe Abril, y a la productora, Ángeles Yagüe, no conseguí que me dejaran hacer reportajes ni salir a hacer informativos fuera de la casa –siempre era Rafa quien iba–. Por eso, pasada una temporada que fue muy buena, opté por marcharme a ver si encontraba un lugar en el que poder hacer reportajes. Nunca guardé rencor a ninguno de los dos. Es más, creo que ambos son excelentes profesionales. Pepe después se dedicó con gran éxito a la producción privada junto a Ángeles quien, por desgracia, nos dejo hace un par de años.
Era una especie de informativo cultural, que cada día tenía una parcela monográfica que iba desde la gastronomía hasta la salud y el medioambiente, pasando por la cultura y el teatro, y que se emitía todos los días por la mañana incluyendo también tertulias y entrevistas. De este programa destacaría sin duda al realizador, Jesús Blanco, hoy al frente de los realizadores de Telemadrid y con el que era fantástico trabajar, y a un equipo diverso y heterogéneo que tuvo que aprender, conmigo a la cabeza, a base casi de golpes.
De todos los programas, me quedaría con una tertulia que hicimos sobre la Primera Guerra del Golfo, con Pedro J. Ramírez, Pepe Oneto y otros destacados directores de medios del momento; y con una entrevista que le hice a Alfonso Ussía, que se presentaba como candidato a la presidencia del Real Madrid. Fue entonces cuando le conocí y debo decir que, desde aquella época somos amigos. Yo le tengo un enorme aprecio, además de una gran admiración por todo lo que es, lo que sabe y lo que hace, pero, sobre todo, por como es capaz de hacer reír con su ingenio y sus ocurrencias…Tanto como para que no quede ninguna acritud pese a un enorme plantón que me dio una vez en una comida.
Lo pasé muy bien haciendo este programa, aunque había mucha tensión con el área de producción y con algunos colaboradores impuestos por la cadena y que, pese a sus indudables cualidades y talento, a veces nos costaba hacer trabajar al ritmo que exige un programa diario en televisión. Mirando hacia atrás, también diría que, en su día fue un programa innovador… pero tendría que añadir que, tal y como está la televisión en nuestros días es muy probable que no tuviese cabida. El exhaustivo repaso que hacíamos de todos los rincones de la Comunidad, aunque extraordinariamente interesante, hoy con el mando a distancia como seña de identidad sería casi impensable.
Otra curiosidad es que trabajando como subdirector estaba Leonardo Baltanas, hoy al frente de los contenidos de Cuatro. Un estupendo profesional y fantástico amigo, que siguió conmigo en la segunda temporada de Verano en El Escorial. Y un dato más, aunque lo dirigía y presentaba yo, no figuré jamás como directora en los rótulos, porque según me dijeron los responsables de la cadena, siendo mujer era demasiado joven para dirigir un programa… En el siguiente, la segunda edición de Verano en El Escorial me planté y ya figuré como lo que era, la directora del programa.
Si tuviera que destacar algún programa en el que haya disfrutado especialmente, subrayo, sin duda Verano en El Escorial. En este programa, además, aparece el recuerdo de una persona fundamental en mi vida profesional y que también fue un gran amigo: Ricardo Medina, el artífice en su día de Madrid Directo –formato americano que se pasó bastante tiempo en un cajón hasta que consiguió convencer al entonces director de informativos, que creo recordar que era Eduardo Alonso, para ponerlo en marcha– y actual director de España Directo.
Fue en ese programa cuando utilicé, por primera vez, el famoso «pinganillo», un pequeño transmisor de oído a través del cual el presentador recibe órdenes, el tiempo disponible, etc. Y debo reconocer que nadie que haya conocido utiliza mejor el pinganillo que Ricardo Medina. Tenerle detrás mientras se hace una entrevista es como tener un contrato blindado: Proporciona absoluta seguridad, porque se lo sabe todo y no molesta más que cuando es totalmente imprescindible y sólo para enriquecer la entrevista y hacer que quede mejor el entrevistador. Además, Ricardo es de esas personas que maneja la televisión, medios técnicos incluidos, como nadie; por eso, su trayectoria y recorrido profesionales son tan impactantes.
En la primera temporada, la anécdota de más peso fue aquella que me enfrentó a un Cela que, por entonces, parecía pensar demasiado en el dinero; tanto que se levantó en medio de una entrevista más que tensa, que no le quedaba más remedio que hacer –los cursos de verano estaban patrocinados por el BBVA, que a su vez era nuestro esponsor; y además, estaban dedicados a Cela– porque se incluyeron 40 segundos de publicidad. Conseguí salir airosa de aquel lance gracias a que, antes que Cela, se habían sentado en la misma silla que él ocupó, unos ochenta y cinco personajes de la más alta talla: Desde el Coronel General del Ejército Rojo hasta el jefe de transmisiones de la Plaza de Tiannamen, pasando por Julio María Sanguinetti, Balduino de Bélgica, Torrente Ballester, José Luis Aranguren, Desmond Tutú o María Kodama…Si no, creo que, en aquel encontronazo, me hubiese puesto a llorar y, seguramente, habría abandonado la profesión.
Recuerdo también, con más agrado, la coquetería de Octavio Paz, quien se negó a que le entrevistase cuando se lo pedían mis productores hasta que llegué yo y le dije: «Que pena, porque nunca había visto unos ojos tan azules y me encantaría verlos más de cerca». Se lo pensó mejor, me acompañó y fue una entrevista deliciosa.
Fueron dos veranos sin parar, de entrevistar a todo tipo de personajes –Pujol, Gallego y Rey, Sorensen, Alberti, Elena Ochoa, Luis Racionero, Fernando Fernan Gómez, Rafael Vera, Francisco Ayala, Karpov, Kasparov y muchos más– que me obligaban a estar todo el día estudiando para poder charlar con ellos, pero gracias a los cuales aprendí infinitamente; no sólo a entrevistar, sino también de la vida y de las calidades humanas. Todo un privilegio…Como también lo fue coincidir con un equipo de Telemadrid del que sigo conservando amigos entrañables, como Anto, Pepe Palop y Alejandro.
El Ruedo no fue mi primer programa en televisión, pero sí el primero que hice en Telemadrid y, asimismo, el primer programa como tal que emitió la cadena. Yo llegué a él después de que el director me pidiera que me presentara al casting, junto a otras muchísimas presentadoras –creo que no todas periodistas–.Tuve la suerte de salir elegida y guardo innumerables anécdotas de este programa, que primero dirigió Jesús Picatoste y después Javier González Ferrari.
Para los que no lo recuerden, El Ruedo era un programa de entrevistas en el que se invitaba a varios periodistas para hacer una entrevista a un personaje en plató –precedida de un breve reportaje– y que incluía además una segunda unidad que recorría la Comunidad de Madrid, entrevistando a otros protagonistas de su actualidad. Yo conducía esa segunda unidad, desde la que hice entrevistas curiosísimas en todo tipo de lugares: Desde Teatros y restaurantes a pistas de baile, pasando por el Hipódromo de la Zarzuela. Y la verdad es que eran entrevistas divertidas e interesantes a todo tipo de personajes del mundo del espectáculo, la cultura, el arte, etc.. Pero además, hacía reportajes, los locutaba… Trabajaba muchísimo pero muy a gusto, porque había un equipo excepcional. De hecho, lo mejor de aquel programa fue conocer a personas maravillosas que luego se han convertido en grandísimos e imprescindibles amigos, entre los que destaco a Miguel Ángel Bernardeu, que era el jefe de producción del programa y Ana Duato su entonces jovencísima novia; sin duda dos personas excepcionales, más allá de sus enormes y reconocidos éxitos profesionales.
Entre las muchísimas anécdotas que guardo de aquellos días, destaca mi reencuentro con Pedro J. Ramírez tras entrevistarle en Radio Intercontinental, en el programa Caliente y Frío –yo por entonces compatibilizaba la radio y la televisión–, porque fue precisamente entonces cuando me preguntó si me interesaría escribir su biografía, cosa que más tarde hice, aunque esta parcela de mi vida profesional la cuento con más detalle en el apartado de esta web destinado a mis libros.
Otra curiosidad fue que el programa tuvo dos directores debido a una broma que se le hizo a José María García con el grupo teatral La Cubana –una actriz se hacía pasar por una telespectadora e increpaba a José María, a quien estaban entrevistando en ese momento– y la historia derivó en que obligaron a Jesús Picatoste a dimitir. Así que se quedó Javier González Ferrari, que era la primera vez que hacía televisión y que estaba encantado con la experiencia. Tanto que un día me llevó a casa, porque le pillaba de camino y me dijo: «Mira, tengo treinta y siete años –a mi entonces me parecieron muchísimos años– y tengo que aprovechar esta oportunidad como sea»…Y parece que la aprovechó.
Yo aprendí muchísimo en El Ruedo y, la verdad, es que cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de que fue un programa distinto, innovador y precursor de muchos de los actuales; así que me siento orgullosa de haber participado en él.
A mi vuelta a Madrid me llamaron del Regional de Castilla La Mancha de TVE, donde había dejado un currículo. Me contrataron como guionista-coordinadora y presentadora de su magazine diario. Para mí fue un centro de aprendizaje. Aprendí a hacer piezas para televisión y a montarlas, presenté, entrevisté, e incluso realicé en alguna ocasión.
Fui muchas veces a Castilla La Mancha y descubrí todo lo que había en esa tierra fantástica, empezando por sus gentes. Me hubiera quedado mucho más tiempo, si no hubiera sido porque al cabo de seis ó siete meses, el Centro, que entonces estaba en Paseo de la Habana, se trasladaba a Toledo. Me ofrecieron que siguiera trabajando allí, pero entonces las carreteras no estaban como ahora y la distancia se hacía muchísimo mayor. Yo no quería dejar Madrid, donde estaban todas mis posibilidades, además de mi familia y amigos, y rechacé la propuesta al tiempo que me presentaba a Telemadrid.
No entré directamente en los informativos porque, pese a mi experiencia, me faltaba una asignatura para acabar la carrera, a la que no me había podido presentar por estar en Londres y Fermín Bocos, el primer director de informativos de Telemadrid y el que consiguió sin duda que se convirtieran en los más modernos de España –los que luego copiaría todo el mundo– me rechazó. Pese a todo, me presenté a las pruebas de continuidad de la cadena y me seleccionaron. Isabel Prinz, actriz, y yo, periodista de hecho, pero no de derecho aún, al faltarme esa asignatura –que aprobé seis meses más tarde con notable–, inauguramos la cadena. Bueno, la inauguró Isabel, porque yo tuve que tener una semana de carencia desde que dejé el regional de Castilla la Mancha y comencé a salir en Telemadrid.
Mi llegada a la televisión fue absolutamente fortuita. Una compañera de la facultad me dijo que estaban realizando pruebas para un canal que pretendía emitir rodeando la ley, cuando los canales privados no eran legales. El ya famoso Calviño, que había sido director de Televisión Española, y otras cuantas personalidades del mundo de la comunicación, entre las que se encontraban nombres tan relevantes como Hachuel o Maxwell conformaron este canal que se ubicaría en Londres para emitir, vía satélite, para toda España.
Yo entonces trabajaba en Tiempo y cuando me llamaron para la prueba llegué sin ninguna fe en que me eligieran y con muchísima prisa porque tenía que entregar un reportaje para la revista. Recuerdo que, en un jardín y frente a un cámara diminuta, me dieron un texto para que presentara la película Ghandi, de Richard Attenborough. Memoricé rapidísimamente el folio y, enseguida, pedí que me hicieran la prueba. Mientras la estaba haciendo me equivoqué, pero, en vez de parar, decidí seguir adelante. El realizador me preguntó si quería repetirla, pero yo dije que no, porque llegaba tarde para entregar mi reportaje en la revista. Parece ser que aquel error que corregí y la improvisación posterior fueron lo que le hicieron decir a Bartolomé del Castillo, director del canal en proyecto, que «ahí, debajo del pelo –yo llevaba una melena larguísima que casi me tapaba la cara con el viento–, parece que hay algo». Y resulté elegida entre muchísimas candidatas.
Allí nos fuimos, Mon Santiso, Gonzalo Villalba, Alberto Closas Jr, Almudena Solana y yo como presentadores y Daniel Ecija, Miguel Martín, Reinaldo y Ana Cristóbal como realizadores, además de Santiago Alcanza como guionista. Fue una experiencia inigualable. El canal fracasó porque resultó que hasta la venta de las antenas para recibirlo era fraudulenta, pero estar en Londres, que es una ciudad maravillosa, casi un año, trabajar todos los días en Channel Four, donde incluso llegué a coincidir con los mismísimos Rolling Stones, o aprender sin parar de los técnicos británicos con los además trabé una buena amistad fue absolutamente impagable.