Estamos en temporada de rebajas y aunque no todo el mundo sea capaz de reconocerlo, yo debo decir que me muero por una ganga. Nada me produce mayor satisfacción que aquello que compré a la mitad de su precio, sobre todo si resulta que luego es un acierto. Sin embargo, debo decir que, como casi cualquier hijo de vecino, caigo en la trampa de las rebajas una y mil veces cada año, y sólo por presumir del descuentazo de esto o aquello, acabo llevándomelo a casa sin saber luego para qué me va a servir.
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