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Mentirosos compulsivos

Publicado en La Razón

«Un mentiroso compulsivo es una persona que distorsiona la realidad de manera reiterada y frecuente»

La mentira nunca estuvo tan de moda. Los políticos la esgrimen como herramienta de trabajo y aunque se la combata con la hemeroteca, donde sus contradicciones quedan incuestionablemente reflejadas, ellos insisten en la necesidad de luchar contra los bulos informativos, mientras justifican sus bolas de libro. ¿Es la mitomanía una constante en nuestra sociedad? Yuval Harari en su libro Sapiens: De animales a dioses, sostiene que la capacidad de los seres humanos para crear y creer ficciones es una de las claves de su éxito como especie. Religiones, naciones, dinero o hasta derechos humanos, son, según el escritor e historiador, construcciones imaginarias que permiten la cooperación masiva entre personas que no se conocen. Esta capacidad de imaginar y compartir narrativas lo distingue de otros animales, pero…, ¿qué ocurre cuando se utiliza constantemente para impulsar beneficios personales? El fin no siempre está tan claro. En la película Big Fish, de Tim Burton, el protagonista le dice a su padre: «lo fascinante de los icebergs es que solo ves el 10 por ciento, el otro 90 por ciento está bajo el agua y no lo ves». El empeño del padre en esa película es ocultar parcialmente la verdad, para ofrecer una versión mejor; convertir la propia vida en una historia irreal, pero apasionante que, a fuerza de contar mil veces, acabe pareciendo verdad. ¿Así la existencia es más llevadera? Puede que solo la del trolero y, a veces, ni eso. Un mentiroso compulsivo es una persona que distorsiona la realidad de manera reiterada y frecuente. Y puede que empiece haciéndolo para conseguir un beneficio instantáneo, personal o de su entorno, pero al cabo de un tiempo ya no puede dejar de concatenar mentiras. Es entonces cuando el viaje es arriesgado también para él. Más allá de que su vida entera navegue entre la memoria y la explicación, imprescindibles para sostener los relatos falsos, es que esa conducta revela miedo al rechazo, baja autoestima, necesidad de admiración, intolerancia emocional…, e incluso puede anticipar trastornos de personalidad, antisociales, límites o narcisistas. La mentira entonces no salva, sino que condena. Y es que, aunque al mentiroso compulsivo se le llame «mitómano», crear mitos simbólicos, culturales o morales, no es lo mismo que mentir compulsivamente. Y sí, todos mentimos alguna vez, pero hacer de la mentira una forma de vida es una patología…

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