Publicado en La Razón
«Existen muchas contradicciones en nuestra sociedad que propician la confusión de los adolescentes»
El crimen de la trabajadora social, Belén Cortés, en un piso tutelado de Badajoz, ha suscitado toda suerte de reacciones. La primera, la instantánea, la de cambiar la Ley, para que los asesinatos como el perpetrado por estos tres menores, que golpearon y asfixiaron a la víctima con un cinturón, hasta acabar con su vida, «no les salgan tan baratos». Siempre que se produce un caso violento firmado por chavales, numerosas voces reclaman aumentar su responsabilidad penal, pero pocas se plantean si la manera en la que los estamos educando, los aboca a una falta de respeto a la autoridad y a saltarse las normas establecidas. La indignación es normal e inevitable, pero lo cierto es que existen muchas contradicciones en nuestra sociedad que propician la confusión de los adolescentes. Entre ellas, que mientras se les prohíbe conducir o beber, se les cargue con la obligación de decisiones tan comprometidas como cambios de sexo incluso quirúrgicos o abortos, que repercutirán para siempre en sus vidas, no ya sin el permiso de sus progenitores, sino sin siquiera su conocimiento. Si hasta los 18 años no se les permite votar o bailar en determinados lugares ¿cómo se les puede exigir tanta madurez para consigo mismos y además pretender que respondan penalmente de sus actos como los mayores de edad? Está claro que a partir de los 14, tienen que ser juzgados y castigados, no solo para pagar por sus malas acciones y cumplir con la sociedad, sino, también, para que se les pueda rehabilitar y devolver la posibilidad de reinsertarse en ella. Además, es preciso que esos castigos se lleven a cabo en centros y pisos tutelados acordes a sus delitos y peligrosidad y que se dote a los trabajadores de medios y vigilancia suficientes para tratarlos como requieren, sin riesgo para unos y otros… Pero todo, sin olvidar que son jóvenes en periodo de formación de su propio carácter y que lo fundamental es que, los mayores, los que estamos del otro lado de la barrera, les ayudemos a hacerlo como corresponde, para que, cuando lleguen a donde estamos nosotros y puedan conducir, beber, votar y bailar, acepten las reglas y opten por ser buenas personas en vez de chicos malos, que a partir de entonces ya serán considerados criminales.