Publicado en La Razón
Aunque nos cueste planteárnoslo, hasta los amigos y familiares hacen un juicio de valor a partir de cómo nos expresamos en esa aplicación.
En ese mundo privado donde se supone que cuanto ocurre es patrimonio exclusivo de quienes participan en él y que se llama whatsapp, la manera de comunicarse suele traducir las personalidades de los protagonistas, en la pulcritud o no de sus textos, en su redacción y en los emoticonos que eligen para cerrarlos. Aunque nos cueste planteárnoslo, hasta los amigos y familiares hacen un juicio de valor a partir de cómo nos expresamos en esa aplicación. Con independencia de que los mensajes de tantos mayores de 40 incluyan errores ortográficos accidentales, más relacionados con la presbicia que con la burricie, en los chats queda constancia de la edad, la cultura general, los modales y las intenciones. Hay quien confunde la «b» y la «v» coloca la «h» donde le parece, se olvida de las mayúsculas indispensables o incluso de los tiempos de los verbos; pero también quien da clases de todo, solo habla de sí mismo o abronca si no recibe atención inmediata…Además están los que inundan de apelativos cariñosos todos sus textos, aunque se refieran a la puesta en marcha de un petrolera americana, e incluyen el amor verdadero y la cercanía propia de los mensajes íntimos, en cuantos envían a su agenda completa, para informar de un logro personal o colocar un artículo de opinión. Como whatsapp tiene vida propia, más temprano o más tarde pone en evidencia a quienes pretenden sacar rédito de sus comunicaciones y parecen querer lo mismo a sus parejas que a aquellos que no saben ni quienes son, aunque tengan sus contactos, o hasta a los que se entregan al ejercicio permanente de la conquista y los dobles sentidos, que deberían reservarse para las complicidades contrastadas. También dejan al descubierto las relaciones sentimentales o profesionales más incómodas (ahí están los teléfonos de políticos, comisionistas y fiscales para demostrarlo) y suponen una radiografía de quienes viven más en los escritos telefónicos que en la realidad, y gustan más de desenvolverse en ellos, porque pierden fuelle en las conversaciones de toda la vida y en esas distancia cortas, donde las miradas, las palabras, los gestos o caricias y hasta el olfato sustituyen a esos muñequitos tontos y stickers ridículos, que pueden provocar confusión, pero también, no nos engañemos, proporcionar muuucha información de quienes los utilizan…