Publicado en La Razón
«Existe ese mito de asociar maldad a inteligencia y bondad a necedad»
Todos los años por Navidad nos domina el espíritu de la película de Frank Capra, ¡Qué bello es vivir!, y nos convencemos, durante algunos días, de lo hermoso que es ser buenos. En cambio, durante el resto del año, nos empecinamos en apartarnos de la bondad, convencidos de que los pérfidos de palabra, obra y omisión están mejor considerados que los bondadosos. Existe ese mito de asociar maldad a inteligencia y bondad a necedad, basado en la teoría de que el malo ha de inventar argucias y artimañas que requieren mayor destreza intelectual que el ejercicio de la bondad. Es falso. Los expertos aseguran que la bondad es el pináculo de la inteligencia, ese punto cenital donde el propio intelecto se sorprende de lo que es capaz de hacer por sí mismo. De ahí que el especialista en neurociencia afectiva, Richard Davidson, afirme que «la base de un cerebro sano es la bondad». De hecho, que nuestros cerebros estén preparados para la bondad es lo que garantiza la supervivencia de las especies.
Lo explicaba el mismísimo Darwin. La bondad no es en absoluto síntoma de estupidez y, normalmente, por muy listos que se crean, los estúpidos son los que lo piensan. Frente a ellos, Ludwig van Beethoven, defendía que «el único símbolo de superioridad que conozco es la bondad»; Unamuno, que «todo acto de bondad es una demostración de poderío» y Pío Baroja que no le admiraba el ingenio, ni la gran memoria ni el cálculo, «lo que más me asombra es la bondad».
En la bondad se encuentra la máxima satisfacción del ser humano. De ella nacen la empatía y la voluntad de cooperación, imprescindibles para alcanzar el éxito. Sorprende que tantos seres humanos se regodeen en la soberbia, la envidia o el rencor, que tanta desdicha les causan, cuando la humildad, la generosidad y el perdón les acercarían al camino de la felicidad.
«Solamente haciendo el bien se puede ser realmente feliz». Lo decía Aristóteles. También aseguraba que no es virtuoso el que nace bueno, sino el que se esfuerza por serlo. Ojalá fuéramos conscientes todo el año de las ventajas de la bondad y nos esforzásemos en ser virtuosamente buenos siempre y no solo por Navidad.