Publicado en La Razón
«Conviene tener a mano algunas recetas antiguas, que siguen vigentes por su eficacia a la hora de caerle bien a los demás»
En estos tiempos de polarización máxima donde todos somos sospechosos y hay quien nos mira desde lejos unas veces con desagrado y otras incluso con odio, sin que sepamos cómo evitarlo, conviene tener a mano algunas recetas antiguas, que siguen vigentes por su eficacia a la hora de caerle bien a los demás. Entre ellas destaca una casi infalible: el efecto Benjamin Franklin. Al parecer el científico e inventor, pero también político tenía una especie de hater de su tiempo en la Asamblea, que solía oponerse a cualquiera de sus iniciativas… ¡Hasta que a Franklin se le ocurrió pedirle que le prestara un libro rarísimo de su celebrada biblioteca! El hombre, de elevada cultura y amor por las letras, se sintió tan halagado como sorprendido y no dudo en acceder a lo que le pedía su oponente. Franklin se lo devolvió a la semana con una nota de agradecimiento y ese fue, contra todo pronóstico, «El principio de una hermosa amistad», que diría Bogart convertido en el Rick de Casablanca. La explicación de los expertos es que no hay nada como pedirle un favor a alguien, para que a ese alguien le caigamos mejor de manera inmediata. Según algunos psicólogos norteamericanos esto se debe a lo que se denomina «disonancia cognitiva», que provoca que seamos incapaces de odiar a aquel al que hacemos un favor, por lo que en cuanto se lo hacemos, asumimos que nos cae bien. Sin embargo, varios psicólogos japones aseguran que el efecto Ben Franklin no es el resultado de esa disonancia cognitiva, sino que se produce porque la persona a la que se le solicita ayuda siente que quien se la demanda desea su amistad y eso provoca un instantáneo sentimiento de cercanía. Este concepto, conocido entre los psicólogos como de reciprocidad de gusto o atracción, se refiere a nuestra tendencia natural a apreciar a quienes nos aprecian. Y al parecer, es un principio válido no solo en las relaciones profesionales sino incluso en las amorosas… Sea por uno u otro motivo, el efecto Benjamin Franklin no solo funciona, sino que nos permite liberarnos de la angustia que tantas veces nos provoca algo tan natural como pedir ayuda a los demás.