Publicado en La Razón
La vida se abre paso entre el naufragio y la muerte. Que así sea
Escribo el viernes, con el corazón partido, después de volver a ver las imágenes de la tragedia de Valencia. Coches amontonados, edificios destruidos, puentes derrumbados, árboles arrancados de cuajo y un barro sucio e inclemente que lo cubre todo… Las personas caminan rotas, con la tristeza encaramada a sus espaldas, sin saber qué les espera ahora que la lluvia se ha llevado sus casas, sus recuerdos y su vida entera. Algunos están vencidos. Otros rabiosos. Celebran que están vivos, pero lo hacen entre cadáveres conocidos, que varios días después, aún siguen en casas y calles. Falta agua potable, comida, pañales…Se preguntan cómo es posible que eso suceda en España, que no haya manos suficientes, grupos electrógenos, bombas flotantes… Hay personas que continúan atrapadas en sus casas con las puertas atrancadas por vehículos que no se pueden retirar o por las imágenes vividas. Un hombre vio como su mujer y su bebé fueron arrastrados por el agua ante sus ojos impotentes; otro tuvo que soltar de la mano tras horas incontables a un amigo. Una mujer llora mientras cuenta como trató de salvar su taller de costura que tanto trabajo le costó poner en marcha y casi le cuesta la vida… Un chico joven no puede evitar que le goteé la nariz mientras explica que no encuentra a dos de sus mejores colegas…Los alcaldes y alcaldesas tampoco pueden contener las lágrimas, no por las inmensas pérdidas materiales, ni siquiera por los saqueos de los sinvergüenzas que aprovechan el horror para multiplicarlo, sino por las muerte. Tantas muertes. Han muerto al menos 158 personas… Sus vecinos, sus amigos, tantos seres queridos que formaban parte de su vida diaria y a los que nunca volverán a ver. Y todos se temen que sean muchos más. Ancianos atrapados en sus residencias que no pudieron escapar en el desastre, madres y padres que perdieron a sus hijos, hombres y mujeres que no pudieron defenderse de la fuerza de la naturaleza… El espanto. Y aún así, la solidaridad, el amor y hasta el nacimiento de un bebé que debía llegar al mundo en el hospital y lo hizo en el ambulatorio, sin profesionales ni material. La vida se abre paso entre el naufragio y la muerte. Que así sea.