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No quiero morirme antes de morirme

Publicado en La Razón

«A otros, en cambio, con y sin enfermedad, los lamentos perpetuos les hurtan la vida entera, mucho antes de que les llegue la muerte»

En estos últimos días, Martín Caparrós ha dado a conocer su diagnóstico letal. Más allá de la preciosa carta de amor que su pareja, Marta Nebot, le ha dedicado en el diario Público, las propias declaraciones del periodista y escritor argentino y sus ganas de aprovechar la vida hasta el último momento, resultan admirables. Una actitud que le empuja a continuar escribiendo de manera compulsiva, a revisar los escritos inéditos que guarda en los cajones e incluso a querer dejar el testimonio de cómo le va matando la ELA.

Conozco bien esta enfermedad, que se llevó a uno de los miembros más queridos de mi familia, y sé de sus pavorosas inclemencias; pero no es la única que arrebata la vida sin compasión.

La muerte nos acecha a todos, aunque queramos olvidarlo y vivamos de espaldas a ella o tratando de inventarnos una bonita eternidad. Tal vez exista, pero, sin pruebas, solo son seguros los días que nos quedan por vivir, sanos o enfermos. Las personas más nutridas intelectualmente parecen tener mejores herramientas para afrontar la enfermedad. En el caso de Martín Caparrós, como en el de cualquiera, sentir el amor al lado, ayuda. Pero con o sin él, uno se puede dejar morir o lo contrario. Martín ha elegido lo segundo, como también mi amigo Eric, al que hace unas semanas le comunicaron que su cáncer de páncreas, extendido por todo su cuerpo, le concedía de dos a seis meses de vida…Eric también decidió no morirse antes de morirse y evitar las lágrimas que serán inevitables tras el día fatal. «No quiero dramas», me exigió cuando me trasladó la noticia y vio que se me empapaba la mirada. Y desde ese día, se puso a organizar el recuerdo que quedará de él, y a tratar de vivir al máximo de lo que le permite una sentencia de muerte, que conlleva un deterioro previo y veloz.

Ni Martín ni Eric ni muchos más en sus mismas condiciones permitirán que la muerte les robe sus últimos días de vida. A otros, en cambio, con y sin enfermedad, los lamentos perpetuos les hurtan la vida entera, mucho antes de que les llegue la muerte.

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