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«Chemsex»

Publicado en La Razón

Los seres humanos llevan utilizando drogas de mayor o menor potencia y peligrosidad desde siempre. Y no solo para los asuntos rituales sino también para cualquier tipo de diversión, incluida la sexual. Si Fernando el Católico utilizaba la cantaridina (el polvo de el escarabajo verde) para conseguir darle más vigor a su miembro, desde entonces hasta nuestros días de viagra, se han fabricado todo tipo de pócimas supuestamente milagrosas.

En el siglo XIX, cuando la cocaína estaba permitida en Europa, hasta los intelectuales más extravantes, como el escritor D’Annunzio, por ejemplo, se la untaban en las tostadas del desayuno para enriquecer sus relaciones íntimas; y en el XX, ya saben: las drogas más perniciosas fueron matando sexos y vidas completas.

Por el mismo camino vamos en el XXI y en nuestra tierra, donde el «chemsex», el consumo de drogas asociado al sexo para poder alargar su duración hasta el infinito y más allá (y no solo en el ámbito gay), que ha aumentado en un ¡602 por ciento! en Madrid, desde 2017, se ha convertido en la practica habitual de muchos, que no solo se quedan enganchados a las sustancias que consumen, sino que muchas veces, se juegan la vida. Y aquí lo del juego tiene una doble connotación porque, además del puro juego del sexo el «chemsex» incluye «el muelle» o «la ruleta», donde un grupo de chicos se sienta en círculo sin calzoncillos y el mismo número de chicas van pasando por uno y por otro practicando sexo de 60 segundos y sin preservativo; o el «stealthing», donde el hombre intenta quitarse el condón sin que la mujer se entere o el «burchasing», que busca relaciones con personas seropositivas dispuestas a contagiarse, a sabiendas… Digan «no», si les ofrecen «chemsex».

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