Publicado en La Gaceta de Salamanca
Estoy orgullosa de lo vivido y hasta de lo sufrido y no me importa confesar esta «tara» que supone un cambio de década.
Con motivo de mi cumpleaños, el pasado 30 de junio, la revista Telva (también de cumpleaños) quiso hacerme una entrevista. Lo cierto es que yo nunca he ocultado mi edad, pero tampoco la pregono, porque en esta sociedad donde se valora casi por encima de cualquier otra cosa la juventud y la belleza, la edad te desvaloriza de inmediato. Sin embargo, estoy orgullosa de lo vivido, de lo alcanzado y hasta de lo sufrido y no me importa «confesar» esta «tara» que supone un cambio de década. Además, qué quieren, nací dos días después de la publicación de Rayuela, de Cortazar, y eso tiene que significar algo… Pero no quería hablarles de literatura sino del fenómeno terrible que supone ese juicio perpetuo que nos hacemos, sobre todo entre mujeres, y que tan poco tiene que ver con la sororidad que luego pretendemos esgrimir como parte de nuestros logros. Leo los comentarios de Instagram, tras la publicación y, como me han hecho un video cariñoso y con buena luz, en el que salgo favorecida, compruebo que unas cuantas mujeres se lanzan sobre mí como panteras y me «acusan» de operaciones, desconfían de mi genética, analizan mis «presuntas» diferencias y hasta hay alguna que asegura conocerme —aunque sea completamente falso— y comenta en una especie de nebulosa de misterio lo «malísima» que soy. Es curioso, porque esto no pasa si la entrevista se la hacen a un hombre que llega a esta década «prodigiosa». En ese caso, ni los hombres lo crucifican ni las mujeres se echan sobre él y hasta es probable que ni se le mencione la edad, porque en los hombres cumplir años es mucho menos «grave» que en las mujeres. Si hubiese salido desfavorecida en el reel también habría habido infinitos comentarios sobre lo mal que estaba, la pena del paso de los años etc. etc., naturalmente de mujeres… Y todo esto me lleva a reflexionar sobre cómo es posible que en el siglo XXI, en los tiempos del Mee too sigan pasando estas cosas. ¿Por qué «necesitamos» que las mujeres cuenten su edad, todos sus «secretos» de belleza, sus debilidades, sus angustias…? ¿Por qué nos hacemos esto entre nosotras? Decía Madeleine Albraight, ex secretaria de Estado estadounidense que «hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres». Aún debe de ser un lugar de gran tamaño. Ojalá el tiempo lo achique…