CADA vez que echamos la vista atrás y miramos hacia los tan recientes como oscuros tiempos de pandemia, se nos abren las carnes. Y no solo por el miedo que pasamos sintiéndonos aislados, superados, sin poder abrazarnos ni rescatarnos de la soledad; además ahora, desde la distancia, contemplamos que toda esa supuesta bondad de aquellos días, esa solidaridad que emergía del alma, era cosa de unos pocos, pero no de todos y desde luego no de todos aquellos que aprovecharon para hacer negocios a costa de la enfermedad, la muerte, la impotencia… El caso de Luis Medina y Alberto Luceño, en donde dos tipos se llevan uno una comisión de un millón de euros y el otro cinco, en una operación de venta de mascarillas y guantes que le costó 11 millones a un ayuntamiento (en este caso el de Madrid), causaría estupefacción en cualquier momento; pero en un tiempo de crisis, de pánico y de angustia colectiva, además produce bochorno No es solo que las comisiones sean excesivas, sino que, desde luego, si fueron aceptadas en su momento, es porque se produjo en ese momento de desesperación en el que era fundamental conseguir un material sanitario imprescindible para que los profesionales a los que les tocaba bregar en hospitales y en la calle se jugaran un poco menos la vida. El hecho de que alguien viera en esa necesidad una oportunidad de negocio no es extraño: ocurre en todas las crisis. Que la exprimiera hasta el punto de llevarse un beneficio absolutamente desmedido aprovechando la situación es ética y moralmente reprobable y sentimentalmente doloroso. Si, además, hay aspectos delictivos o no, en este asunto (fraude, falsedad documental y blanqueo de capitales) como se ha apuntado no se sabrá hasta que no finalice la investigación de la fiscalía. Este caso, de operaciones estrafalarias y beneficios “extraordinarios”, no fue el único de la covid. Tuvieron lugar en toda España. En administraciones de todos los colores e ideologías. Los políticos estaban tan despistados como el resto y trataron de hacer lo que era preciso lo antes posible. Hubo muchos que se equivocaron. Seguro que habrá alguno que tirase de demasiado cercanos y también cabe suponer que incluso entre todos haya quien trató de lucrarse… Pero, más que los políticos al frente de las administraciones diversas del país, en este caso fueron los espabilados los que se aprovecharon de ellos, de nosotros y del terror colectivo y multiplicaron sus comisiones atendiendo a las urgencias. En principio, no tendría por qué ser delito (hay que estudiar caso por caso), pero sin duda sí desfachatez. Y si no se les cae la cara de vergüenza, es porque carecen de ella.
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