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Hombres con chanclas y mujeres con velo

Publicado en La Gaceta de Salamanca

Vuelo a Madrid desde Mallorca. Las vacaciones se acaban, es inevitable. Como durante este verano he abandonado la actualidad (a medias, mi ADN no me permite hacerlo del todo y mis artículos tampoco), regreso algo más relajada. Sé que las cifras de la covid todavía no son lo que nos gustaría y también que los políticos ya empiezan a dar por saco; pero mi atención y conciencia están volcadas en Afganistán. Y sobre todo, en las mujeres, sobre las que ya escribí en esta misma columna hace poco. Mi viaje es un horror. Por la cantidad de gente, por la lluvia, por los retrasos y por esa sensación aún inhóspita que se respira en los aeropuertos, desde que el coronavirus hizo su aparición. Pero me detengo apenas un instante a observar y compruebo que vuelve a haber gente de casi de todos los lugares del mundo o, al menos, de todas las etnias. Desde teutones a africanos pasando por latinos, asiáticos o, naturalmente, españoles. Rubios, castaños, morenos y pelirrojos exhiben pieles de todos los colores sin que a nadie le parezca anormal. Y me congratulo.

Hace no tantos años, -mi recuerdo aún alcanza, y no es infinito- ver a un alemán era una rareza y cruzarse con un africano, una experiencia exótica. Por eso nos sorprendíamos tanto cuando viajábamos, qué se yo, a un Londres, donde el colorido abarcaba todas las tonalidades de la paleta. Desde hace mucho y aunque la covid lo haya desdibujado un poco, ese es el pan nuestro de cada día también en España. Y a mí me gusta que el mundo sea redondo y de todos los colores y que las personas, independientemente de ellos y de su sexo, tengan los mismos derechos, al menos escritos en las constituciones. Sin embargo, cuando en medio del camino me encuentro –y ha sido el caso- con un puñado de mujeres vestidas de negro, tapadas de la cabeza a los pies, con las cabezas cubiertas e incluso veladas, al lado de señores con bermudas, camiseta y chanclas, me enervo. Ya sé, ya sé: el respeto. Pero no, no quiero ni entender todas las religiones ni respetar todas las costumbres que imponen. Y menos en la nueva era talibán. Aquellas que exigen cosas distintas a los hombres y las mujeres van en contra de la igualdad y también de la ley de mi país. Seguro que Irene Montero, que compara Afganistán con España y que asegura que en todos los países se oprime a las mujeres (pues sí, bonita, pero no del mismo modo, que para eso muchas llevamos luchando toda la vida y se han conseguido tantas cosas en nuestro país antes de que tú llegaras), es tan “respetuosa” como para aceptar los requerimientos del islam. Pero yo no. Yo creo que cada uno puede creer en lo que quiera, siempre que no exija a los de su fe cosas distintas según su sexo. Y lo siento pero creo que, permitirlo, sigue abriendo la brecha de la desigualdad y la falta de derechos femeninos, también fuera de Afganistán.

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