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Roures contra la mala suerte

Reseña publicada en Zenda Libros

Hace no mucho más de año y medio conocimos de la mano de Marta Robles a Tony Roures, un tipo templado, antiguo corresponsal de guerra, infalible oráculo de música contemporánea y detective privado quizá a pesar suyo. Le vimos entonces introducirse, con desganada pero intachable profesionalidad, en un ambiente de refinados escritores y magnates del mundo editorial para desentrañar una seguidilla de asesinatos. Y era obvio que el personaje—y alguno de los secundarios— pedía continuidad. Es lo que tiene la buena novela negra: adoptas al protagonista y le pides que te venga a visitar cada cierto tiempo para ponerte al día de sus andanzas.

«El actual género noircumple el papel que en otras épocas tuvo la novela social, y La mala suerte es un buen ejemplo»

Y aquí está Roures otra vez. Del oficio de la autora —periodista— cabe esperar que el telón de fondo de la historia sea coherente, bien delimitado y con una intensa vinculación a la realidad. Una crónica, casi, sobre la que montar la ficción, como quien pasea delante de un decorado. Marta Robles hace esto de manera superlativa, hasta el punto de que lo puramente novelesco muchas veces parece desaparecer, sumergido bajo la descripción de hechos y sucedidos originalmente verídicos, apenas camuflados con otros nombres o escenarios. La narración se nos vuelve por momentos reportaje. Y no precisamente sobre asuntos menores o inverosímiles.

¿Qué fue de aquella novela policiaca clásica, la de los momentos inaugurales, diseñada como ejercicio de desafío intelectual al lector? Ya no existe. El actual género noir cumple el papel que en otras épocas tuvo la novela social, y La mala suerte es un buen ejemplo.

«Sí, hay mérito literario, y mucho, en conseguir transmitir la angustia con la fuerza y fidelidad que aquí se alcanza»

La escena inicial marca carácter y señala el camino que la autora invita a recorrer al lector… o más bien parece empujarle, porque enseguida la trama agarra y arrastra. Las páginas se devoran tan rápidas como cortos se le hacen los días a Roures, que intuye con razón, a pesar de los años transcurridos, la urgencia de resolver el misterio para evitar males aún mayores. Al final, es un clásico de argumentos como este, realistas y del todo verosímiles, la sentencia de Gracián: no hay cuchillo como el del propio amigo.

El título, La mala suerte, nos gusta y con seguridad es comercialmente atractivo. Sin embargo, no refleja lo que en el libro se describe, pues los personajes parecen haber empeñado su mayor esfuerzo en que las cosas les salgan pésimamente. Y sí, hay mérito literario, y mucho, en conseguir transmitir la angustia con la fuerza y fidelidad que aquí se alcanza… pero nos atrevemos a solicitar a la autora, para la próxima entrega, un respiro. Los lectores, y también el propio Roures, nos lo merecemos.

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