Reseña publicada en el blog Mademoiselle Joue Avec Son Revolver
“El mirlo de todos los años ha vuelto a visitar mi casa y todavía sigo aquí”
Centrémonos en este verso de Roger Wolfe, para hablar de La mala suerte, la nueva y casi valleinclanesca novela de la siempre incisiva imaginación de Marta Robles. Una imaginación que muerde y marca la carne porque detrás de ella habita un realismo demoledor, una documentación que ha debido de helarle la sangre durante muchas noches. La certeza de que a este Siglo XXI la mayoría de los seres humanos han venido para ser locos o muertos. Arranca esta novela con una desaparición, con una imagen polisémica que aturde como una droga mezclada con la bebida de alguien que por un minuto ha querido creer en la bondad de quién se acoda a su lado sobre la barra de cualquier bar.
Centrémonos en ese verso de Wolfe para hablar de Roures, para hablar de su crecimiento como personaje, para certificar que ha venido para quedarse. Qué ha sabido con su manera de actuar, en esta nueva aventura, echarle tierra sobre los ojos a todos los incrédulos. Roures ha encontrado la luz al lado de Lucía Peña. Ya no es un hombre condenado a convencer a las sombras, ahora es un ejemplo claro del buen “noir”. Ha dejado algunos de sus vicios y ha empezado a ser acariciado y retenido por virtudes que nadie hubiera podido imaginar en el momento en que se hizo carne. Ahora no hay movimiento que no obedezca a su sagacidad ni viento capaz de vapulear sus certezas. Roures ya no duda ni baja la mirada. En este momento de su vida literaria ya no hay forma de tumbarlo. Ha venido para quedarse y habitar dentro de tramas que ponen patas arriba las modas, porque sabe muy bien que el futuro no residirá nunca en la megalomanía de ningún hombre. Roures, ahora, no tiene filtro que lo empañe ni lo desfigure, es como un niño, para bien y para mal. Por un lado busca la verdad y la nombra y por otro se equivoca señalando a sus héroes. Pero Roures no busca ser perfecto, ni siquiera busca ser efectivo, tan solo busca la honestidad, el dibujo eficaz de un Siglo en el que la atrocidad está devorando a los hombres como ya hiciera Saturno con sus hijos. La mala suerte bien podría ser una actualización de la vida del Dios romano. O quizás el suspiro liberador que Shakespeare olvidó regalarle a Tito Andrónico en su deslumbrante tragedia. Pero no desvelaré ninguna incógnita, la trama de esta novela es demasiado valiosa como para mostrar más de lo necesario. Sólo les diré que emociona la perseverancia del detective. Él sabe que la perseverancia es el único oficio al que puede aspirar un hombre vencido.
La mala suerte es una novela precisa, sin concesiones, una crítica implacable acerca de la manipulación extrema, del abuso del bueno, del piadoso, del que se toma como ejemplo social. Un barrido exhaustivo de la sociedad que abarca desde la frivolidad a lo más profundo. El triunfo de las casualidades y de las causalidades de un mundo enfermo. Casi una plegaría en la que las canciones de amor dejan paso al peso de una sexualidad excesiva que para mí es el único pero y que opino que le resta credibilidad al crecimiento del protagonista. Pero quizás esté equivocada y la autora necesite de esta paradoja para revitalizar la rigurosa humanidad que persigue a Roures en esta nueva entrega.
Paradojas y excesos aparte no dejen de leer la Mala suerte porque les mantendrá en vilo mientras dura, pero sobre todo porque su médula posee el revolucionario eco de aquella frase de San Agustín que decía: Nadie puede ser perfectamente libre hasta que todos lo sean.
Sonia Fides (Madrid, 17 de octubre de 2018)
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