Funciona en todas partes para bien o para mal. Señala, advierte y, sobre todo, nombra o desnombra. Hay cargos en la vida, que solo pueden ocupar los señalados, los nominados o los dedificados (palabra esta última inexistente, que debería aparecer ya, al menos en España, en todos los diccionarios.)
No hay partido ni empresa que no utilice el dedo para apuntar con él a quienes serán o dejarán de ser los responsables visibles, los cargos de confianza, aquellos en los que deposita su carga cuasi divina el máximo dirigente. Y, normalmente, a quienes apuntan los dedos de un dios, el siguiente los arrastra con un golpe del mismo dedo.
Cuidado con el índice que elige, porque con la misma facilidad acaba de destituir. Así es la vida y quien no lo entienda que se baje. La última en saberlo y en aceptarlo con grandes palabras como las de que, quien va tras ella es una “grandísima sustituta” ha sido Elena Valenciano, numero uno de la lista europea del PSOE, que dejará de ser portavoz de su grupo en la UE, por obra y gracia de su nuevo dirigente, Pedro Sánchez. Igual que ascendió veloz a la cima de la lista, por deseo incontestable del anterior mandamás socialista ya casi olvidado, así es la política, Alfredo Pérez Rubalcaba, ahora se escurre, tobogán abajo, por orden del recién estrenado cabecilla de su partido.
Se va Valenciano y llega Iratxe García, cercana a Sánchez y acatada sin remedio y con florituras mediáticas repletas de palabras y sonrisas por Valenciano. Y Valenciano, Elena ya, se queda como presidenta de la Subcomisión de Derechos Humanos de la Unión Europea, a donde, por otra parte, quizás nunca soñó llegar, pero ahora lo hace, seguramente mascando la hiel de quien ha probado puestos más altos y no le gusta descender, mientras asegura estar “muy contenta y dispuesta a esforzarse en este nuevo cometido como lo ha hecho siempre”.
Ay el dedo que funciona a la velocidad del rayo… Que nadie olvide que existe. Y que nadie deje de temer su volubilidad. Si el propietario del dedo cambia de parecer su dedo también…. Y si la voluntad del dedo persiste como la de su dueño, aparece un nuevo propietario con su propio dedo y sus nuevos designios.