Siempre que la Historia decide dar un paso atrás o que la Religión insiste en endurecer sus normas o que cualquier sociedad retrocede en su marcha hacia el futuro, somos nosotras, las mujeres, quienes lo sufrimos de distintas maneras: viéndonos obligadas a abandonar nuestros trabajos, restringiendo nuestros derechos, poniéndonos el velo, o hasta convirtiéndonos en esclavas. Todos nosotras somos o podríamos ser cualquiera de esas niñas nigerianas secuestradas y ahora “salvadas” gracias a que sus secuestradores las han convertido a la religión musulmana. Ellos serán también los mismos que las repudien tras violarlas reiteradamente, consiguiendo acabar así con la misma “honra “que tanto valoran, que tan fácilmente destruyen, y que a mí me provoca tanta repugnancia. Si a cualquiera de nosotras, españolas, europeas, modernas y protegidas por nuestras leyes, nos visitara la mala suerte, podríamos estar en la piel de estas 200 nigerianas. Pero no solo si nos capturara Boko Haram, sino, simplemente, si llegara cualquier crisis incontrolable, que tambaleara los valores de la sociedad establecida. No podemos olvidar la cantidad de derechos que tuvimos las españolas durante la república, y cuántos dejamos de tener durante el franquismo e incluso, me atrevería a decir, algo más allá de él; porque todos sabemos bien, que para recuperarlos durante la Democracia, fue necesario pelearlos duramente y que, ni si quiera haciéndolo con uñas y dientes, hemos conseguido que, a día de hoy, el acceso al trabajo sea igual para hombres y mujeres, los sueldos tengan las mismas cuantías, o que no seamos siempre nosotras las que, cuando hay menos trabajo, tengamos que renunciar al nuestro, para favorecer que lo tengan los varones. Y eso sin hablar del fantasma de los malos tratos. Veo a las niñas nigerianas recitando el primer capítulo del Corán, mientras las aterrorizan a punta de pistolas, de gritos y quién sabe si de golpes y tantas cosas más y me dan ganas de llorar por muchas cosas. La primera de ellas, porque no se si, realmente llegarán a encontrarlas, si ser prioridad conseguirlo y tampoco si, en el caso de lograrlo, no será demasiado tarde para ellas, para su cuerpo, para su mente, para su memoria, para su vida futura, ya para siempre marcada con un dolor que no les correspondía y que les ha tocado solo por ser ellas, solo por ser nosotras. Siempre nosotras.
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