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La infancia que jamás tuvieron

Los niños son niños en todas partes. O deberían serlo y jugar, reír, aprender y soñar. Sin embargo, a algunos les está vedado el máximo lujo de la infancia, que es la protección. Por eso dejan de ser niños, mucho antes de que la edad lo decida. Repasar las atrocidades de las que son objeto tantos pequeños desatendidos, abusados, esclavizados, obligados a ser soldados produce una angustia máxima a cualquiera que presume de ser una buena persona. Sin embargo, son pocas las que se ponen entre sus tareas diarias la de obligarse a pensar en cómo ayudar a esos millones de chicos que tienen pocas posibilidades de llegar a grandes. Quizás el caso más terrorífico de nuestro tiempo, lo protagonizan los niños de Siria. Sin padres, con hambre, con frío, sin patria y sin identidad, esos cinco millones y medio de seres humanos pequeñitos, afectados por el conflicto Sirio, según la ONU, corren el riesgo de convertirse en una “generación perdida” . Y no precisamente porque no encuentren sus valores o su destino, sino porque no tienen una vida para vivirla, sino, en el mejor de los casos, para sobrevivirla. Es demasiado habitual contemplar fotos de niños sirios reunidos alrededor de algún improvisado fuego en algún campo de refugiados, cerca de la frontera, acercando sus manitas diminutas a un calor que, de ningún modo les llega al corazón. Casi todos mantienen sus miradas fijas, vacías, inmunes al dolor de imágenes espeluznantes. Ya las han vivido todas y no hay ninguna que les pueda sorprender. Mientras UNICEF, ACNUR o Save the children reclaman la solidaridad de todos, para tratar de evitar que las consecuencias de esta guerra cruenta y sin piedad sean aún más devastadoras, nosotros, los espectadores a los que se nos requiere, al menos, colaboración económica, nos vamos acostumbrando a lo que pasa en ese mundo tan lejano, en el que pronto se cumplirán tres años de guerra. Se desconocen los efectos secundarios de una generación de niños sirios traumatizados por ser testigos y a veces parte activa de batallas encarnizadas. No se sabe si algún día podrán recuperar la voluntad, y sobre todo ese alma que se escapa para no sentir la tortura de una realidad demasiado siniestra, porque son niños que, mucho antes de crecer, se ven obligados a dejar de serlo, sin que Peter Pan, ni Campanilla les hayan llevado a volar para despedir esa infancia que jamás tuvieron.

La Gaceta de Salamanca

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