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En la derrota, un gigante

No quiero restarle méritos a Wawrinka en la consecución de su primer Grand Slam tras ganar la final del Open de Australia 2014. Jugar contra Nadal y sobreponerse a su alargada sombra de número 1, no debe ser en absoluto fácil. Y más teniendo en cuenta que, de todas las finales de Grand Slam que ha disputado el mallorquín, en ninguna era tan favorito como en ésta, en la que podía haber alcanzado los 14 grand Slams de Pete Sampras. Así que salir a la pista y enfrentarse a una leyenda viva, no debe ser sencillo. Y Wawrinka lo ha hecho y ha ganado. O quizás, y permítanme que lo diga aunque no sea políticamente correcto, Nadal ha perdido.  Tras el partido, nuestro Rafa no ha querido ni que se le preguntase por su espalda y no ha parado de alabar a su contrincante y sin embargo amigo; pero lo cierto es que sin esas llagas en la mano y ese dolor de espalda que le llevó a pedir la atención del fisioterapeuta y a dejar la pista durante los tres minutos que consiente el reglamento, es difícil pensar que el resultado hubiera sido el mismo. Aplaudo, como no, a Wawrinka,  pero no me resisto a resaltar que no me ha gustado su vehemencia, casi enfado, cuando Nadal se ha visto obligado a retirarse de la pista, ni tampoco la reacción del público. Sobre todo porque cualquier otro jugador en la piel de Nadal, simplemente hubiese abandonado, pero Nadal, además de apurar sus posibilidades, no deja sin el honor de ganar en la pista a sus adversarios. Rafa en la victoria es grande, pero en la derrota es un gigante.

La Razón

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