1. Porque respiramos el aire entre sus páginas.
Hace poco más de un año le pregunté a Boris Izaguirre si creía que siempre habría libros. Boris me miró con esa mirada suya coqueta y esbozó una sonrisa pícara antes de contestar: “Es una pregunta perfecta para un manipulador y contradictorio como yo. Me parece fascinante y genial que exista el soporte de las nuevas tecnologías, pero yo, personalmente, compraré el periódico, compraré la revista y compraré el libro…” Pues lo mismo me pasa a mí. Me encanta ver leer a mi amiga Vanesa en su kindle, pero yo quiero pasar las páginas de mi libro, oler el papel, doblar las esquinas, subrayar una frase o incluso pintar margaritas al lado de una escena imborrable. Los libros forman parte de mí, invaden todos mis espacios. Mi casa es un puro libro y yo ando siempre con uno en la mano.
2. Porque son objetos que nos recuerdan cosas.
Mi marido piensa que mi relación con ellos es un tanto irreverente, porque no me interesan las primeras ediciones ni los libros que no se pueden tocar y hasta morder. Quiero libros que, una vez leídos, sientan que yo he pasado por sus páginas y que, cuando los lea el siguiente miembro de mi familia (y nadie más, porque no los presto), expongan la huella que me dejaron sus relatos . Se que probablemente el asunto es sólo sentimental y que no tiene importancia dónde se lea, sino tan sólo el contenido; ¡pero el propio objeto me recuerda tantas cosas!
3. Porque no se mueven, pero tienen vida propia.
Cuando recorro las estanterías de mi casa y me paro frente a “El amor en los tiempos del cólera” , “La vida exagerada de Martín Romaña” o “Rojo y negro”, se me agolpan las vivencias compartidas con los personajes de cada historia. Y si me llevo a la cama los versos de Salinas, Benedetti o Neruda, nunca olvido revisar las páginas sobre las que un día lloré, reí o hasta volé. Eduardo Punset me contó que a una niña de 8 meses le pusieron delante un Ipad y disfrutaba pasando pantallas; luego se lo cambiaron por un libro y en cuanto vio que aquello no se movía, simplemente lo apartó de un manotazo. Es posible que esas generaciones tecnológicas que empiezan en los chicos que ahora tienen 30 años, las únicas que han incorporado a su entretenimiento algo completamente distinto al resto de la humanidad, como son los videojuegos, no sean capaces de entender mi relación con los libros y el placer que siento al acariciarlos, releerlos o hasta quemarlos como hacía, a modo de homenaje el “Pepe Carvalho” de Vázquez Montalbán; pero yo trato de compartir mi tesoro con los más cercanos, mis hijos, que quizás por vernos a su padre y a mí siempre leyendo, se emocionan ya a los 6 y 9 años con los libros de Tintín y quieren la colección, física, en su cuarto. Mi otro hijo, de 17, que apenas leía, se ha quedado enganchado a Valle-Inclán. Y lo lee en papel. Cuestión de influencia, claro. Lo que ya no se es si buena o mala. Veremos que nos depara el futuro.
Back to Blog