Quienes piensen que la única aportación de los Estados Unidos a la gastronomía se reduce a las hamburguesas, deberían darse una vuelta por el barrio de Malasaña y buscar, entre un mar de hamburgueserías, un restaurante que nada contracorriente, precisamente en la Calle Pez. Se llama Gumbo y nos propone un viaje guiados por el paladar hasta Nueva Orleans, cuna de la cocina criolla que nació al improvisar recetas europeas con los ingredientes del Nuevo Mundo.
Allí, a orillas del Mississippi, nació la primera escuela de cocina de los Estados Unidos y allí, también, nació Mathew, propietario del restaurante que descubrió a los madrileños hace casi diez años que los tomates verdes fritos eran algo más que una bonita película. Iba para arquitecto, pero de tanto cocinar para relajarse terminó optando por construir sabores y dejar para otros los edificios. Para conocer nuestros gustos, trabajó para algunos de nuestros mejores cocineros (Larumbe, Berasategui…) y cuando ya había tomado el pulso a nuestra cocina, decidió mostrarnos la suya. Los platos que más le piden, además de los famosísimos tomates, son la ensalada de pollo cojún, el lomo ennegrecido y una interminable tarta de zanahoria que, debido a unas proporciones típicamente americanas, es más que aconsejable compartir; y los precios son muy asequibles, en torno a los 20 euros, con interesantes ofertas como el llamado jazz menú –un homenaje que no podía faltar– que invita a compartir el primero y el postre, con un plato principal individual, por sólo 25 euros por pareja.
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