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El último ‘cazzo’

Una se piensa que, cuando se monta en un medio de transporte, está más que segura porque el profesional que lo dirige está contrastado, la empresa es de toda confianza y el propio vehículo, sea de tierra mar o aire es casi imposible de destruir, pero, desafortunadamente, nada es como parece. El Costa Concordia que parecía un crucero tan seguro como para reírse de la mala suerte del Titanic va y se hunde cien años después del naufragio más dramático de la historia. Lo peor no son las semejanzas entre ambos barcos naufragados, sino, precisamente, lo distintos que han resultado sus capitanes. Al primero le fallaron los sistemas de detección, los materiales del barco —que no resultaron lo suficientemente resistentes— e incluso el número de botes salvavidas que los más sinvergüenzas de entre los responsables de la embarcación redujeron a la mitad. Al segundo le falló la puntería de una «operación de saludo» que estaba más que acostumbrado a realizar —con el beneplácito de su empresa, aunque ésta ahora lo niegue— y el exceso de seguridad que le hizo pensar que podía llevar aquel edificio flotante casi sin manos, como suelen decir los niños.

Lee el artículo completo en La Gaceta  de Salamanca.

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