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Después de un ligero parón televisivo el en el que, sin embargo, continué colaborando con algún programa como el que hacía Ely del Valle en Telemadrid, o el que presentaba Ana García Lozano en Televisión española, me ofrecieron presentar la tarde en Telemadrid. Para mí suponía un gran reto volver a mi casa de antaño, donde tan buenos ratos había pasado y tantos amigos había dejado. Y más haciéndolo en el intrincado mundo de la tarde que, en aquel momento, era una pura competencia de magacines en todas las cadenas.
Gran Vía era un formato abierto, en el que cabía crónica de sociedad, entrevistas, denuncias, tertulias, debate, moda. La verdad es que si no hubiera sido por un desacuerdo de formas con el director del programa, todo hubiera sido perfecto. Y casi lo fue, porque el resto del equipo prácticamente se convirtió en mi familia, porque el programa, que duró un año, dejó un espléndido sabor de boca en la audiencia, que aún me lo recuerda, y porque todos los invitados que pasaron por él se divirtieron y casi se emocionaron. ¡Lo que me reí con Cayetana Guillen!, lo bien que lo pasé con mi querido Luis Eduardo Aute, lo que me divertí con Juanjo Puigcorbé o lo que me emocioné con los versos capados que me dedicó Jaime Campman…
Y son sólo algunas muestras de cuanto vivimos todos los que hacíamos Gran Vía. Un programa que, personalmente, creo que debió durar más y que se fue siendo un gran éxito para la cadena, que yo creo no lo valoró cómo debía hasta su desaparición, cuando ya los intentos posteriores nunca lograron las mismas audiencias.
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