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Peligroso aburrimiento

Publicado en La Razón

La mayor cantidad de infidelidades, incluidas las que se producen en una relación presuntamente feliz, se gestan a partir del aburrimiento, que lo mata todo

No hay enfermedad más letal que el aburrimiento. Lo mata todo: La esperanza, las ganas y por supuesto el amor. Quizás el ejemplo más claro de esa cualidad mortífera del tedio se encuentra en la novela Madame Bovary, de Flaubert, donde se describen, inigualablemente, el hastío, la mediocridad y la desilusión de un matrimonio burgués. Su protagonista, Emma, una especie de trasunto de don Quijote, confunde la realidad y la ficción como Alonso Quijano, aunque en su caso no de los relatos caballerescos sino de los románticos. En ellos encuentra un modelo de vida que replicar; y al no conseguir hacerlo de la mano de su marido, de carácter tosco y conversación sin interés –«todo lo que decía Charles era tan plano como una acera de calle–, alarga la mirada a otros hombres capaces de proporcionarle ese arrebato que anhela con tanta intensidad, como para adornarlo comprándose vestidos y joyas que le cuestan acumular deudas impagables. Su primera aventura naufraga y en la siguiente, los gastos la ahogan hasta desbaratar el matrimonio y su vida y conducirle al suicido. Dicen los expertos en infidelidades –psicólogos, consejeros y terapeutas matrimoniales– que cada vez hay más y que siempre hay un motivo para que se produzcan. Pero lejos de ser este el desamor, o el ansia de acabar con un matrimonio fallido, las causas suelen estar más cercanas a la insatisfacción personal y la baja autoestima que a los problemas propios de la relación. El reconocimiento que implica la conquista o la dopamina que se desprende del riesgo que conlleva una experiencia ilícita, en ocasiones resultan más atractivos que el propio sexo, aunque su ausencia también pueda conducir a abrazos extraconyugales, casi siempre sin intención de ponerle fin al vínculo. Sin embargo, según parece, la mayor cantidad de infidelidades, incluidas las que se producen en una relación presuntamente feliz, se gestan a partir del aburrimiento, que lo mata todo, sí, hasta el deseo de vivir y dejar vivir, y puede conducir a la infidelidad…, pero también al suicidio e incluso (recuerden a Niels Högels, aquel enfermero alemán que mató a 97 pacientes «por aburrimiento»), al asesinato.

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